CÓCTELES

Te pegan, te pagan: amenazas, abusos y violaciones en la industria de la coctelería

Si el feminismo es una burbuja, necesitamos que explote

I. “Nos convertimos en problema cuando describimos un problema”

Un domingo, hace algunas semanas, me desperté y me puse a mirar Instagram mientras me tomaba un café. En las stories de un colega había una nota sobre la coctelería argentina y sus exponentes. Obviamente eran tres hombres y eso de por sí podría haber sido un tema para este correo si no fuera porque el ilustre barman mencionado me manoseó en un evento hace algunos años. No había vuelto a pensar en ese día, ni en él. El diario del domingo me lo recordó.

Trabajamos juntos en un evento de marca. Cada vez que tenía chance, me tocaba el culo. Es más, pidió a varias personas que nos saquen foto, así me podía tener agarrada del culo con una cámara enfrente, lo que en ese contexto cuenta como un cuchillo en el cuello. Llegó un momento en el que a mí se me estaba por salir la cadena, pero como siempre, algo hay. Hay motivos que hacen que exponer la situación sea “más caro” que no hacerlo.  Gestionar ese espacio para el evento había sido muy difícil justamente por las trabas y condiciones que el barman ponía, y pudrirla implicaba arriesgar toda una acción de marketing. No pudrirla pero no despachar, por ejemplo, implicaba dar un montón de explicaciones: decir y volver a decir que el tipo me estaba tocando el culo, que no, que no me pareció, que efectivamente era eso lo que estaba pasando. También que me enfrenten al problema (cuya solución por supuesto no debía depender de mí) de ver qué foto del evento iba a postearse en redes si no estábamos trabajando en estaciones contiguas.

Estaba arrancando el servicio, ya había invitades en el salón y yo fui a hablar con la productora del evento. Me acuerdo que le dije “no me banco más que este tipo me toque el culo”. La productora, sin siquiera  dudarlo, me dijo que me cambiaba de estación para que no estuviera cerca de él. Al fin alguien. Le dije que en principio no, pero que veíamos cómo seguía. Si a un tipo le reventás la cara contra la barra, te metés en mil problemas, no importa si te estaba manoseando o no. Sos una loca, una violenta que actuó fuera de contexto, porque nadie vio nada. Porque nadie nunca ve nada, ni siquiera quienes ven algo. Ahora bien, si cuando el tipo se te vuelve a acercar la clavás un incisivo codazo abajo de las costillas, te mantenés en el mismo plano de “nadie vio nada”, con la diferencia de que él sabe y vos ya le hiciste saber.

“Descubrir el feminismo puede ser empoderador porque es una manera de rehabitar el pasado”

Ese finde me terminó resultando particularmente angustiante porque hacer una suerte de revisionismo fue algo de lo que no pude escapar. Le escribí a la autora de la nota, diciéndole que la había leído y que tal persona me había manoseado cuando trabajamos juntos. La verdad que yo no tenía expectativas claras ni esperaba que el medio bajara la nota. Lo pensé más bien de otra manera: si yo publicase un artículo con reconocimiento a la carrera de un tipo y resulta que ese tipo abusó de una persona en el ámbito laboral, querría que me lo hagan saber. Si bien no esperaba reacciones condenatorias y contundentes, tampoco esperaba lo que pasó: 
 

“Hola. Lamento tu experiencia”


El término experiencia es un gran paraguas, pero cuando hablamos de gastronomía y de abuso sexual, una mala experiencia es que te traigan frío el flat white en una cafetería de especialidad, no que un barman te manosee en el trabajo y le den reconocimiento público en un medio de comunicación. Lamentar la experiencia es un forma fácil, irresputuosa e irresponsable de pronunciarse frente a un abuso.

Me pregunto, ¿hasta cuándo vamos a hacer la vista gorda con les periodistas que difunden el trabajo de abusadores, acosadores y violadores?, ¿hasta cuándo vamos a hacer como que no convivimos con colegas hombres que están dispuestos a difundir el trabajo de un abusador y pararse al lado para la foto y compartir la nota?, ¿hasta cuándo vamos a pasar por alto el silencio cómplice de nuestros colegas hombres? A no engañarse, que jamás los hombres tienen tanto para perder como las mujeres. Capaz ni siquiera se trate de lo que tienen en juego, quizás solo no les importa. Son mujeres las abusadas sexualmente y violadas y en todo caso, tal vez lo mejor sea enfocarse en la coctelería, que es lo importante para muchas personas, ¿no?

II. “La supervivencia se vuelve un proyecto feminista común”

En el primer bar que trabajé éramos, dependiendo el día, tres o cuatro mujeres detrás de la barra. Que para ese entonces, era un montón. Con el tiempo entendí que cada una estaba ahí por y para distintas cosas.

Una noche de fin de semana llegué a trabajar, las horas pasaban y una compañera no llegaba. Me pareció raro que tuviera franco un viernes y ya era medio tarde como para que tuviera horario de ingreso todavía. Así que, le pregunté a una compañera muy poco sorora, qué onda con A. que no había venido a trabajar, si le había pasado algo. De verdad yo no pensaba que a A. le había pasado algo. O lo que pensaba que le pasaba era estar descompuesta. Fue una pregunta reflejo. Mi compañera, en un acto que sí fue de sororidad me respondió “sí, le pasó algo pero no corresponde que yo lo cuente. No va a venir a trabajar”. Hay algo en los silencios, los secretos y las complicidades entre mujeres, incluso entre las que no compartimos formas de ver el mundo, que se impone como un código clarísimo e ineludible. Yo entendí perfecto lo que había pasado. No necesité que se mencione la palabra con “v”. Ella sabía, yo sabía. Ninguna quiso decir la palabra.

La noche anterior un grupo de empleados y empleadas del bar se había ido de after. En ese after, nuestros compañeros de trabajo violaron a A. No los jefes, no los dueños, nuestros compañeros. Los que en ese momento estaban comandando, bajando platos y cócteles a las mesas, hablando con clientes. Esta vez la asimetría de poder era la mismísima asimetría entre géneros.

Al día siguiente A. volvió a trabajar. Ella no mencionó el tema, yo tampoco. Lo único que dijo es que había ido a trabajar para que no le descuenten otra noche de laburo.

Cuando en mis pensamientos me quejo de que somos pocas mujeres trabajando en coctelería, no puedo pasar por alto que una forma terrible y despiadada de incluir mujeres detrás de las barras es sumar presas fáciles.
 

III. “Los fragmentos: una reunión. En pedazos devienen ejército”

En octubre de 2017 el New York Times publicó una nota que expuso a Harvey Weinstein, el productor de Hollywood, como un delincuente sexual. Actualmente está cumpliendo una condena de 23 años por un cargo de agresión sexual criminal en primer grado y un cargo de violación en tercer grado. Ese fue un punto importante en el comienzo del movimiento #MeToo (“a mí también”), que en Argentina tomó la forma de #MiráCómoNosPonemos a partir de las acusaciones al actor Juan Darthés.

Si un montón de mujeres contando que habían sido violentadas, abusadas, acosadas y/o violadas pudo “desactivar” a un intocable de la industria de Hollywood, una pensaría que de ahí para abajo, rodarían cabezas. Y un poco fue así a nivel global. En la industria gastronómica el que inauguró el banquillo de los acusados fue Mario Battali, dueño de un grupo gigante de locales gastronómicos en Estados Unidos y estrella de televisión. Además de enfrentar varios juicios terminó vendiendo sus acciones de la compañía a sus socios y abriéndose de la empresa. Thomas Carter, dueño de Estela, Cafe Altro Paradiso y Flora Bar también cortó lazos financieros con su compañía a partir de haber sido acusado de instalar una cultura del miedo en sus restoranes.

El grueso de los chefs mediáticos acusados de delitos contra la integridad sexual en el marco del movimiento #MeToo se alejaron de las operaciones de los puntos de venta, pero se mantuvieron activos en términos financieros.

Por este lado, a comienzos de 2021 parecía como que se estaba armando nuestro propio #MeToo a partir de una acusación pública de abuso sexual a un chef de alto perfil. Sorprendentemente, el caso tuvo cobertura mediática. La acusación no se transformó en un movimiento, no escaló: las denuncias son pocas porque denunciar es difícil y las que están en curso no son de conocimiento público. En este contexto parecería que la opción que nos queda es empezar por hablar entre nosotras.

IV. “Cuando les ponemos nombre a los problemas, podemos devenir un problema para quienes no quieren hablar de un problema aunque sepan que existe”

Hace varios años ya, un tipo que todavía trabaja en una multinacional de bebidas le dijo a una compañera mía de laburo (y de él) que me iba a reventar la cara. Literalmente amenazó con ejercer violencia física sobre mi persona. En ese momento, quien estaba a cargo del área de marketing de la empresa tuvo a bien pedirme disculpas en nombre de la compañía y que yo sepa, no pasó más nada. Digo, no hubo consecuencias para quien quería fajarme.

¿Qué hice yo? Me pinté los labios y me puse a servir cócteles. El maltrato era moneda corriente, pero la verbalización de la amenaza era una escalada fuerte en la violencia. Bastante había sido que alguien me pida disculpas.

Los años pasaron y trabajar con este tipo ciertamente no se hizo más fácil. Con el correr del tiempo y atravesada por el feminismo, empecé a darme cuenta que los niveles de hostilidad e incluso de peligro, por la naturalización de la violencia, me sobrepasaban. Ya no bancaba más transar. O en todo caso, cada vez me banco menos transar.

En 2021 la empresa en la que trabaja el tipo me vuelve a convocar, una de las directivas de hecho verbaliza algo así como que está al tanto de que yo no había recibido buen trato dentro de la empresa en el último tiempo y destaca que todo el equipo había cambiado y que querían que trabajemos en conjunto. Qué lindo, qué poco usual. Qué demasiado bueno para ser cierto. Estábamos trabajando en un proyecto interesante y que, de concretarse, generaría ingresos significativos para mi economía hasta que, en la convocatoria a una reunión suman al mail al que había dicho que me iba a reventar la cara. Entonces fue clarísimo: Pipi, te vas a quedar sin este trabajo. Lo saqué de los destinatarios y contesté con un breve relato del episodio violento y destacando que me interesaba trabajar con la empresa dentro de contextos con trato aceptable en el mundo laboral.

Lo que vino después es la radiografía de por qué las mujeres violentadas en el mundo de las bebidas no lo reportan: en la siguiente call estaba la jefa del tipo, con la cámara apagada, en el auto y preguntándome: “¿Pipi, me podés contar lo que te pasó con X?”. Si estás en esta reunión, es porque ya lo sabés. Pedirme que lo vuelva a contar es interrogarme.

Quizás lo más interesante de ese encuentro fue poder responder a la declaración de que nunca les había pasado algo así. Ahí pude poner en palabras que hoy tengo el privilegio y el coraje de decir que no voy a trabajar con alguien que fue violento conmigo en el pasado y como consecuencia perder el trabajo. Y todos los demás trabajos que pierdo por tener menos exposición pública. Lo que nunca les había pasado era que alguien les expusiera claramente un caso de violencia de género, que no significa que no haya otros que no se reportan porque hay un montón de chicas -yo hace unos años incluso- que temen quedarse sin el trabajo si hablan, temen que no les crean, temen que les pase todo lo que efectivamente estaba pasándome a mí en ese momento.

Fue una reunión tensa. Ante la pregunta explícita de qué postura tenía la empresa frente a un colaborador que dice que le va a reventar la cara a una bartender, me dijeron que era inaceptable. También, que si quería trabajar con la marca, iba a tener que trabajar con él. Una nota interesante: tuve que pedir explícitamente en ese momento que no le dijeran mi nombre cuando se reunieran con él. Se sorprendieron, tanto que tuve que explicar el por qué del pedido. No habían considerado el riesgo al que se expone a una mujer al decirle al tipo que dijo que le iba a pegar, que ella contó que él amenazó con pegarle.

Los resultados de la reunión que la jefa tuvo con el tipo fueron un ofrecimiento de disculpas (?), la puesta a disposición de un 0800 para hacer denuncias dentro de la compañía y la aclaración de que en un caso así por supuesto hay que presentar pruebas y testigos. Hay un mecanismo interno si te violentan, como así también un mecanismo externo. Lo que no hubo fueron garantías por parte de la jefa de que las chances de ser agredida, amenazada, maltratada o de recibir trato no aceptable en el ámbito laboral fueran mínimas. Esa pregunta nunca se contestó y la falta de respuesta constituyó para mí una respuesta en sí misma.

Mi contestación final fue que lamentaba que para participar de acciones de la marca hubiese que acceder a trabajar con una persona que fue agresiva en el pasado, en particular con mujeres, y que me resultaba perverso que el trabajo esté disponible solo en conjunto con el riesgo.

Si no me ves en una campaña, en un aniversario, en un evento, quizás sea porque no quise trabajar con un violento.

IV. “Para muchas mujeres, volverse partícipes voluntarias de la cultura sexista es una forma de transar (…) porque hemos aprendido que negarnos a participar puede ser peligroso”.

En mi primer viaje a Buenos Aires para una acción grande me tocó trabajar con un fotógrafo. Cuando se hace la campaña de marketing de una marca hay muches actores involucrades y están físicamente ahí: “el cliente”, que sería la marca; gente de la agencia; técnicos; personas que hacen registro de detrás de escenas; vestuaristas; maquilladores, otras personas a ser fotografiadas y más. Adelante de todas esas personas y a los gritos el fotógrafo me preguntaba si las tetas eran mías o me las había hecho. Nadie intervino.

A mi vestuario para esa producción de fotos lo eligió él. La selección de prendas llegó a poner incómodas a las personas de la agencia. Me dijeron que si no quería, podía no usar esa ropa. Yo dije que me la iba a poner “porque sino él no me va a dejar en paz” (me lo acuerdo con mucha claridad) pero que yo iba a elegir dónde me sacaban las fotos y cómo iban a ser las poses. En un momento el fotógrafo se acercó a hablarme, me vino a decir que sabía que estaba quedándome en tal hotel, que en qué habitación dormía así me podía pasar a ver. Esquivé las balas, el fotógrafo se enojó, y yo nunca vi mis fotos hasta que estuvieron impresas.

Él saca muy buenas fotos y hace poco nos lo recordó con una imagen de tapa de nuestra estrella de la coctelería. Ese día también me angustié. Detrás del secreto a mil voces hay muchas chicas que probablemente hayan sentido un nudo en el estómago al ver que la cara del tipo que abusó de ellas estaba otra vez en todos lados.

“Cuando la feminista aguafiestas aparece en una conversación en la mesa trae con ella otras cosas a la vista de todos. (…) La experiencia de ser feminista es a menudo la experiencia de estar fuera de tono respecto de otras personas, la nota que se oye fuera de tono no es solo la que más se escucha, sino también la que arruina la melodía entera. Por supuesto que suena negativo: arruinar algo. Se nos escucha como personas negativas. Arruinamos algo; cenas y también fotografías. Necesitamos arruinar lo que arruina. Podríamos pensar en arruinar no solo como una actividad que lleva al colapso o a fracaso de algo, sino también como la manera en que aprendemos sobre las cosas cuando las desmantelamos, o al desmantelarlas”

Vivir una vida feminista Sara Ahmed

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